Los pueblos medievales más bonitos de Huesca que deberías visitar este año

Nada huele tan a aventura como perderse por los pueblos medievales de Huesca. Y no es para menos: este rincón del Pirineo aragonés está lleno de calles empedradas, castillos, torres y plazas donde casi se escucha el eco de caballeros, monjes y mercaderes caminando entre sus sombras centenarias. ¿Lo curioso? En pleno 2025 estos pueblos siguen bien vivos, con vecinos orgullosos, fiestas que parecen de otro tiempo y rincones donde la historia se siente casi en la piel. Aquí no hace falta ser fan de 'Juego de Tronos' para quedarse maravillado. Hay pueblos, sí, pero cada uno con su carácter. Unos son puro silencio, otros bulliciosos cuando llega el verano, algunos se esconden bajo la montaña y otros presumen de vistas para quitar el hipo. El reto es elegir cuál visitar primero y no querer irte nunca. ¿Te animas a descubrirlos conmigo?
Alquézar, la joya junto al cañón del río Vero
Alquézar no es solo un pueblo bonito, es el tipo de pueblo donde te enamoras a primera vista. Y no hablo solo por lo bien conservado que está su casco medieval, construido de piedra, ni por las vistas bestiales al cañón del Vero. Aquí se mezcla historia, naturaleza y, ojo, una gastronomía que anima hasta a los menos comilones. Fundado en el siglo IX alrededor de una fortaleza musulmana, su castillo-collegiata lo corona todo como si vigilara la villa eternamente. Sus callejuelas son laberintos que parecen diseñados para perderse y acabar encontrando una pequeña plaza, un mirador, o una tienda de productos locales. Por el camino, balcones adornados con flores todo el año y rincones que parecen sacados de una postal antigua.
¿Te gusta el senderismo? Este pueblo es punto de partida de rutas alucinantes. La ruta de las pasarelas del Vero es la más famosa: un recorrido colgado entre paredes verticales y el río a tus pies. Si eres de los que buscan fotos únicas, madruga para pillarlo sin gente. En verano multiplican los visitantes. Y si te va lo cultural, ahí va un consejo: casi siempre hay exposiciones de fotografía o arte contemporáneo en la sala municipal, como si fuera un contrapunto moderno al pasado medieval. Sentarse de tarde en una terraza con vistas y una copa de vino Somontano, mientras el sol se esconde, es casi obligatorio. Para los más curiosos, cada octubre celebran la Fiesta de la Albahaca, una tradición bien aragonesa que mezcla aromas, músicas y trajes típicos.
¿Sabías que en 2015, la villa fue declarada uno de los pueblos más bonitos de España? No es título menor. Y aunque muchos llegan para una excursión de varias horas, quedarse a dormir en alguna de sus casas rurales tiene su propia magia. No te pierdas tampoco la Colegiata de Santa María, el corazón espiritual de la villa, ni los pequeños bares donde el queso del Somontano y el aceite virgen extra merecen capítulo aparte.
Aínsa, donde el tiempo se detuvo en la plaza Mayor
Aínsa es de esos sitios en los que cuesta creer que sigan habitados: vas paseando y parece que en cualquier momento te va a cruzar un juglar, un caballero o una procesión de monjes. Y lo mejor de todo es que, pese a su aspecto de decorado de peli, aquí vive gente real, con tiendas, bares y vida todo el año. Su plaza Mayor porticada es una de las más bonitas de Aragón y centro de todo lo que se cuece, desde ferias medievales (‘La Morisma’ cada dos años es la favorita: cientos de vecinos se disfrazan y durante un fin de semana Aínsa revive la reconquista cristiana del pueblo, un pedazo de historia viviente) hasta ferias artesanas.
La historia de Aínsa está pegada a su castillo, enorme y protector, que en los últimos años ha visto cómo la gente vuelve a llenarlo durante los festivales de música Pirineos Sur. Si quieres empaparte de ambiente, pasea por sus murallas o acércate al Ecomuseo, donde se cuenta cómo era la vida rural siglos atrás y, si tienes suerte, coincides con alguna cata de productos autóctonos. En las calles, la piedra domina todo: casas antiguas, puertas de madera de siglos, escudos de familias nobles, fuentes que manan incluso en invierno y portones que guardan secretos.
Para los que van con peques, hay un montón de planes: desde rutas en bici por los alrededores (la Zona Zero, dicen, es ideal para BTT y enduro) hasta paseos al amanecer al embalse de Mediano, donde aún sobresale la vieja iglesia. Si te mola la ciencia, muy cerca tienes el Geoparque de Sobrarbe, un museo al aire libre de fósiles, rocas y paisajes formados durante millones de años. La gastronomía también merece una parada: migas, ternasco, chiretas (si no sabes lo que son, pregunta en la barra, pero ojo, son solo para valientes), y dulces de horno local. Y para los cafeteros de pro: en la plaza, el café de toda la vida, con terraza soleada incluso en enero, es lugar perfecto para observar la vida pasar a ritmo medieval.

Ansó, guardianes del Pirineo y de la tradición
Pocos lugares del Pirineo son tan auténticos y remotos como Ansó. Tan solo el viaje hasta allí es una aventura: carreteras serpenteantes, bosques que parecen no acabar nunca, y de repente el pueblo, medio oculto entre montañas. Lo primero que llama la atención es su arquitectura: casas estrechas, de piedra, con los típicos tejados a dos aguas y chimeneas cónicas donde siglos atrás secaban carnes y ahuyentaban brujas según las leyendas. Las calles (más bien pasillos) a veces no dejan pasar ni dos personas a la vez, lo que hace que te sientas transportado a otra época.
Ansó no va de postureo ni escapadas fugaces: aquí el ritmo lo marca la tradición. A finales de agosto, todas las familias sacan sus trajes típicos durante la Fiesta del Traje Ansotano, declarada de Interés Turístico Nacional. Cada prenda cuenta una historia, desde los bordados hasta los colores. Si te cruzas con los mayores del pueblo, te encantará escuchar a viva voz el 'ansotano', una variante del aragonés que pocos hablan, pero que aquí se conserva con mimo extremo.
La naturaleza que rodea Ansó es brutal: a tiro de piedra está el Parque Natural de los Valles Occidentales, para perderse entre hayedos o subir a los lagos de montaña (Ibón de Acherito a la cabeza). ¿Te va el senderismo sin multitudes? Aquí lo encontrarás. Muchos recomiendan probar el cordero a la brasa, pero también la confitura de ciruela que hacen los vecinos desde hace dos generaciones.
Por cierto: Ansó fue uno de los pocos pueblos que nunca fue conquistado por los franceses durante las guerras napoleónicas, según los archivos locales. Si tienes tiempo, date un garbeo por su pequeña iglesia, el conjunto de lavaderos y los antiguos hornos comunales, donde las historias y recetas viajan de generación en generación sin perder sabor.
Uncastillo y Sos del Rey Católico, dos tesoros que compiten en historia
En la comarca de las Cinco Villas, aunque algo más lejos del Pirineo puro, dos pueblos rivalizan con razón por ser los más medievales de Huesca: Uncastillo y Sos del Rey Católico. Así de claro, no exagero si te digo que aquí el tiempo se ha parado, pero la vida no. Empezando por Uncastillo, se entiende rápido el nombre: siete iglesias románicas, restos de castillo colosal, murallas que recorrían el pueblo y una judería que mantiene parte de su trazado original. Pasear por sus calles es colarte en una película de caballeros templarios: arcos, torres y casas solariegas, todo de piedra. ¿Sabías que varias películas de época españolas se han rodado aquí?
Si tu rollo es más bien el arte, apunta: la iglesia de Santa María es joya del románico y dentro guarda frescos que te dejarán sin palabras. Uncastillo es conocido por su excelente aceite de oliva y por quesos, además de los 'farinosos', unos dulces caseros que solo pruebas aquí.
Pasando a Sos del Rey Católico, el nombre ya promete: aquí nació el mismísimo Fernando el Católico en 1452. Nada menos. El pueblo es un subir y bajar escaleras, con vistas continuas al valle y a los tejados rojizos. En pleno centro, el parador es parada obligada; pero lo más divertido es perderse y dejarse llevar por las callejuelas. La iglesia de San Esteban guarda la famosa cripta y un retablo que es puro arte gótico.
En Sos, además, hay bastante ambiente durante todo el año gracias a su festival de cortos y jornadas medievales, donde la taberna se llena de trovadores, músicos y vecinos disfrazados. No dejes de probar el vino local, fuerte y con carácter como los paisajes de la zona.

Consejos para tu ruta medieval por Huesca: cuándo ir, qué llevar y rutas secretas
Organizar una escapada por los pueblos medievales de Huesca parece fácil, pero hay truco. Para empezar, evita los puentes y fines de semana de agosto si buscas tranquilidad: es cuando más visitantes llegan, sobre todo desde Zaragoza y Cataluña. Los mejores meses son mayo-junio y septiembre-octubre, cuando los paisajes verdes y las temperaturas suaves hacen que recorrer calles y caminos sea un placer. Y en invierno, aunque nieva, los paisajes tienen un aire mágico.
¿Qué empacar? Ropa cómoda: los adoquines y cuestas no perdonan. Unas buenas zapatillas, impermeable si amenaza lluvia, cámara de fotos (no te vas a resistir) y, ojo, algo de dinero en efectivo porque muchas tiendas pequeñas no admiten tarjeta. Si vas en coche, no olvides repostar en los pueblos más grandes antes de subir al Pirineo, porque las gasolineras escasean en algunos tramos.
Para los fans de la comida casera, casi todos los pueblos tienen restaurantes familiares donde degustar platos típicos, pero si buscas una experiencia top, reserva con antelación. Los eventos tradicionales se concentran en verano y otoño, así que investiga al preparar la ruta: fiestas patronales, romerías y ferias suelen llenar plazas de música y baile.
¿Te animas con algún plan secreto? En Aínsa, pregunta por el "Callejón de la Morisma", un rincón escondido tras el castillo, donde dicen los viejos que se refugiaban las brujas en las noches de tormenta. En Alquézar, no tengas prisa por terminar la ruta de las pasarelas: al atardecer la luz se cuela entre las rocas y multiplica la belleza del paisaje. Y en Ansó, si te dejan, sube con algún vecino a los "bordas" de la montaña: viejas casetas de pastores reconvertidas en pequeños refugios.
Para terminar con datos, aquí tienes algunas cifras que pueden ayudarte a comparar estos pueblos:
Pueblo | Altitud (metros) | Población aproximada | Fiestas principales |
---|---|---|---|
Alquézar | 660 | 300 | Fiesta de la Albahaca (octubre) |
Aínsa | 589 | 2,100 | Feria Medieval (agosto), Morisma (bianual) |
Ansó | 860 | 400 | Fiesta del Traje Ansotano (agosto) |
Uncastillo | 669 | 700 | Fiestas patronales (agosto), Feria Románica (junio) |
Sos del Rey Católico | 652 | 600 | Jornadas Medievales (mayo), Cine de corto (febrero) |
Meterse en el universo de los pueblos medievales de Huesca es, de verdad, uno de esos viajes que te reconcilian con lo auténtico y con el arte de vivir sin prisas. Caminar entre piedras milenarias, descubrir tradiciones que resisten el paso de los años y disfrutar de una naturaleza abrumadora es algo que, aunque suene a topicazo, hay que vivir al menos una vez. No hay dos visitas iguales; en cada pueblo, cada conversación o cada puesta de sol deja recuerdos que se quedan pegados mucho tiempo después de volver a casa.