¿Qué escribir sobre viajar? Ideas reales para contar tus experiencias de forma auténtica

¿Qué escribir sobre viajar? Ideas reales para contar tus experiencias de forma auténtica
1 diciembre 2025 0 Comentarios Iñigo Ortellado

¿Te has sentado alguna vez con un cuaderno en la mano y te has preguntado: ¿qué escribir sobre viajar?? No es solo sobre lugares, es sobre lo que esos lugares te hicieron sentir. No necesitas haber escalado el Himalaya o recorrido la Ruta 66 en motocicleta. Lo que importa es lo que pasó dentro de ti mientras caminabas por las calles empedradas de Granada, o esperabas el autobús en una ciudad que no conocías, con el mapa al revés y el corazón acelerado.

Empieza con lo que te sorprendió

No escribas sobre lo que crees que debe ser interesante. Escribe sobre lo que te pilló desprevenido. La vez que en un mercado de Tánger, un hombre te ofreció té con menta sin pedir nada a cambio, solo porque vio que estabas perdido. La vez que en un pueblo de Lituania, una abuela te invitó a cenar porque pensó que eras su nieto perdido. Esos momentos no están en las guías turísticas. Están en tu memoria, en tu pecho, en el silencio que sigue después de una risa inesperada.

La gente no lee para ver fotos de monumentos. Lee para sentir que también podría estar allí. Que también podría perderse, equivocarse, ser acogido por extraños. Eso es lo que hace que una historia de viaje valga la pena.

Describe los olores, no solo los lugares

¿Qué huele el aire en la mañana en Siem Reap, justo antes de que el sol queme la humedad? No es solo «aire fresco». Es el humo de las hogueras de leña mezclado con el dulzor de las flores de jazmín y el ligero olor a pescado seco que alguien está asando en la esquina. Ese olor te lleva de vuelta. Ese olor es más poderoso que cualquier foto.

En Hanoi, el café se sirve en una taza pequeña, con hielo que se derrite lentamente. No es solo café. Es el sonido del hielo chocando contra el vidrio, el goteo lento, el aroma a cacao tostado y un toque de anís. Eso es lo que debes escribir. No «fui a Vietnam y probé café». Escribe cómo ese café te hizo pensar en tu abuela, que también servía cosas lentas, con paciencia.

Las cosas que salieron mal son las más valiosas

No cuentes solo los viajes perfectos. Cuanta más locura, más auténtico. La noche en que perdiste el último tren en Rumania y terminaste durmiendo en una estación con un grupo de gitanos que te dieron pan y vino tinto. El día en que tu mochila desapareció en la estación de tren de Milán y tuviste que andar tres días con solo una camiseta y tu pasaporte. Eso no es un fracaso. Eso es una historia que nadie olvida.

La gente se conecta con el error, no con la perfección. Cuando dices «me perdí y encontré algo mejor», ellos se reconocen. Porque todos nos hemos perdido. Todos hemos tenido un viaje que no salió como planeamos. Y en ese caos, a veces, descubrimos quiénes somos.

Una mujer mayor ofrece pan a un viajero en un tren nocturno entre Budapest y Praga, sin palabras, solo una sonrisa compartida.

Lo que aprendiste sobre ti mismo importa más que lo que viste

¿Qué descubriste sobre ti en ese viaje? ¿Te diste cuenta de que eres más valiente de lo que pensabas? ¿O de que te cuesta pedir ayuda? ¿Que te sientes más en casa en un mercado bullicioso que en un salón de tu casa?

En un tren nocturno entre Budapest y Praga, me di cuenta de que no necesitaba hablar el idioma para entender a alguien. Solo necesitaba mirar. Una mujer mayor me pasó su pan sin decir nada. Yo le devolví una sonrisa. No hubo palabras. Pero hubo todo. Eso es lo que debes escribir. No «visité cuatro países». Escribe «aprendí que la humanidad no necesita traducción».

Usa los sentidos, no los adjetivos

Evita palabras como «hermoso», «increíble», «mágico». Son vacías. ¿Qué hace que algo sea hermoso? ¿El color del cielo en Cappadocia al amanecer? Entonces describe el tono: el naranja se funde con el rosa, y luego con un azul tan claro que parece que el aire se ha vuelto cristal. ¿La música en un barrio de Oaxaca? No digas «alegre». Di que los tambores son como latidos, que las flautas gritan como pájaros que no quieren callar, y que la gente baila con los pies descalzos sobre el barro seco.

La escritura de viajes no es decorativa. Es sensorial. Es darle al lector un lugar en tu piel, en tu nariz, en tus oídos. Que sienta el viento en el cuello, el polvo en la lengua, el frío de la piedra bajo las manos.

Lo que llevaste y lo que dejaste

¿Qué te llevaste de ese viaje? No solo recuerdos. ¿Qué dejaste atrás? Una camiseta que no usabas y que le diste a un niño en un pueblo de Nepal. Una carta que escribiste y no enviaste. Una parte de tu miedo a estar solo que se quedó en una playa de Sicilia.

Los viajes no son solo sobre moverte de un punto A a un punto B. Son sobre cómo te transformas en el camino. Escribe sobre eso. Sobre lo que te pesaba antes de partir y lo que ya no te pesa después. Sobre lo que dejaste en el suelo de una casa de huéspedes en Marruecos, y lo que te creció dentro mientras dormías.

Una mochila se desvanece en la arena de una playa siciliana, mientras pedazos de miedo y cartas flotan hacia el cielo al atardecer.

La diferencia entre un diario y una historia

Un diario de viaje es lo que escribes cada noche: «Hoy fui a la torre Eiffel. Hizo frío. Comí una crepe». Una historia es lo que sacas de eso. ¿Qué te pasó cuando viste a una anciana llorar frente a la torre? ¿Por qué? ¿Qué te recordó? ¿Tú también lloraste? ¿O te diste cuenta de que nunca habías sentido algo así?

La historia no está en los eventos. Está en las preguntas que esos eventos te hicieron hacer. Esa es la chispa. Esa es la conexión. Esa es la razón por la que alguien leerá tu texto, lo guardará, y lo volverá a leer años después.

¿Qué escribir sobre viajar? Empieza por lo pequeño

No necesitas un viaje épico. Puedes escribir sobre un día en un pueblo de Andalucía donde nadie habla inglés. Donde la panadería cierra a las 2 p.m. y no hay wi-fi. Donde te sientas en un banco y miras cómo una señora riega las plantas con una regadera de metal, y su perro duerme en la sombra. Eso es suficiente.

Lo que importa es la atención. La observación. La honestidad. No busques lo extraordinario. Encuentra lo cotidiano, y hazlo brillar. Porque en lo cotidiano es donde vive la verdad de los viajes: en las manos que te sirven el desayuno, en el niño que te enseña a decir «gracias» en su idioma, en el silencio que se instala cuando ya no necesitas hablar para entender.

Deja espacio para lo que no puedes explicar

No todo lo que sientes se puede poner en palabras. Y eso está bien. A veces, lo mejor que puedes hacer es dejar un espacio en blanco. Una frase corta. Un párrafo sin explicación. Un detalle que no justificas.

En una isla griega, vi a un hombre sentado en un muelle, mirando el mar. No dijo nada. No sonrió. Solo estaba allí. Yo me senté a su lado. No hablamos. Pero cuando me fui, sentí que había compartido algo profundo. No sé qué fue. No puedo explicarlo. Pero lo escribí así: «Él estaba allí. Yo también. Y eso fue suficiente».

Esos momentos no necesitan interpretación. Solo necesitan ser nombrados. Y eso es más poderoso que cualquier descripción.